viernes, marzo 30, 2007

¿Nuevos aires?

No me enteré sino hasta el día de mi mudanza que mi nuevo puesto de trabajo quedaba donde quedaba. Por lo tanto, mi planificación de transporte se vio un tanto alterada. No puedo evitar la manía, siempre que vislumbro algún cambio de rumbo o similar, de revisar el mapa de buses y calcular tiempos y rutas posibles. Así que mientras el taxi me llevaba, disco duro al hombro, después de una ajetreada mañana de trámites en la oficina central (cambio de lugar de trabajo, más no de empleador), me daba cuenta de lo equivocado de mis cálculos. Esa misma tarde comprobaba que la hora y media de viaje de regreso sería algo difícil de tragar.

Felizmente, después de algunas pruebas, encontré la fórmula adecuada para reducir el trayecto a 50 minutos de ida y 1 hora de vuelta, a la que a estas alturas creo haberme acostumbrado. O al menos de eso trato de convencerme. Mis compañeros de trabajo son más prácticos y ya andan buscando ofertas de motos.

La cosa queda por la Zona Franca, antiguo embarcadero de Barcelona, pero ya en el área que corresponde a la pujante L'Hospitalet, el Brooklyn barcelonés, según alguien escribió por ahí. Debido a que se trata de un polígamo, digo, polígono industrial (estoy viendo mucho Big Love) y, a la vez, zona en obras (que es de lo que se trata el proyecto en el que estoy), las formas de llegar ahí son limitadas. Se supone que habrá una estación de metro, pero para cuando la inauguren seguramente ya andaré por otros lares.

El tramo en metro se me pasa más rápido y es cuando aprovecho para leer a Houellebecq. El sistema me funciona ya que en tres semanas casi he terminado "Plataforma". Luego viene aquel lento y poco frecuente autobus, en donde me suelo distraer un poco con el panorama. Pero no sólo el exterior. Tanto así que he empezado a escudriñar a la serie de personajes que me encuentro a la ida y venida, que son casi siempre las mismas caras. Por ejemplo, hay una morena con pinta de brasileña, perfecto acento catalán y novio inglés. El novio no hace el mismo viaje, pero la niña se la pasa hablando en el móvil y medio bus se entera de su vida personal.

La última vez me fijé más en la gorda del pelo lila. Siempre llega fumando. No importa que el bus ya esté abriendo sus puertas, la mujer le dá al menos 2 caladas al cigarrillo recién encendido antes de lanzarlo cual proyectil contra el suelo. Dentro del vehículo por lo general parlotea con una colega. O más bien finge oír, mirando por la ventana, mientras su mano sigue en la misma posición, como si aún llevara el trozo de tabaco humeante entre los dedos. Llegado el destino (que por desgracia es el mismo que el mío), el golpe de aire frío del exterior le produce ipsofacto las ansias de retornar a la acción que cortó justo antes de subir. Yo apuro el paso para que sus humos no me lleguen, solo para avistar, unos minutos más adelante, la entrada al edificio de fachada de chapa perforada una nube de gente a la entrada haciendo lo propio y recibiéndome con sonrisas. Gracias por sus humos. De veras.

jueves, marzo 15, 2007

Por siempre terceros

Me parecía broma. La noticia aquella salió resaltada hace unos días, en periódicos y telediarios. Un estudio del Financial Times decía que los habitantes de otros miembros de la Comunidad Europea colocaban a España en el puesto número uno como lugar para irse a trabajar. Mi compañera de escritorio, proveniente de los alrededores de Nápoles, igual de subcontratada y malpagada que yo, me aclaraba que claro, si el nivel de vida aquí es muy alto (?). Así que el chiste era una cosa generalizada.

Vamos por partes y cucharadas, no hay que ser muy genio para analizar los datos. Por un lado, muchos de los encuestados venía de lugares donde las tienen más verde que aquí, como Italia y Portugal. Otro aspecto hubiese sido el saber que tan bien informados estaban los encuestados respecto a la oferta y retribución laboral en la península ibérica, del fenómeno mileurista (los que reciben 1000 euros o menos de salario neto al mes) o del costo del alquiler, que solo te permite vivir compartiendo depa. No creo que mucho. Se me hace que los puntos favorables a esta tierra fueron más bien por el clima y por la fama de relajo y ambiente fiestero que no en vano siempre ha habido por aquí. Basta ver esos horarios con todas esas pausas, que si el primer café de la mañana, que si el desuyano, que si las 2 o 3 horas de almuerzo, que el café de después de almuerzo, que el de la media tarde, que las escapadas para fumarse el cigarrito. Y los innumerables feriados y puentes a lo largo del año.

Aunque sí, rebuscando un poco más alguna otra razón habrá. Como mi vecina Paulina me acotaba, dependerá del área laboral. Psicólogos y arquitectos, como ella y yo, nones. A menos que sea como el amigo Miyashi, que lo mandan a Barcelona con su sueldo de Japón, además de pagarle alquiler de piso y gastos varios. Así cualquiera. O algún business man de una multinacional, que podría recibir el mismo sueldo aquí o en Inglaterra o Suecia y lo que le deduzcan de impuestos aquí será una minucia (comparativamente hablando) ¡Es que ahí está el kit del asunto! Todos los grandes logros de Aznarín y compañía, de esta "Alta calidad de vida" van a lo obvio, en dirección a los mismos de siempre. Especuladores inmobiliarios por delante.

Una de las tantas cosas que me llamó la atención al llegar aquí (de esto ya hace 3 años) fue que el abrir una cuenta en el banco me dieran una libretita. Para mi fue todo un flashback. Me remonté a cuando tenía 6 y mis padres me regalaron una libretita de cuenta en el continental con X soles (de los de antaño), que me hicieron confiar iluso en todo lo que se convertirían a lo largo de los años. Claro que nunca conté con la devaluación, ni con el cambio al inti, ni con más devaluación aún y el cambio al nuevo sol. Y ponte a buscar si hay por algún lugar recóndito del Perú uno que se acuerde del inti. Y aquí, muy primer mundo y calidad de vida y etecé, siguen haciendo cuentas en pesetas y utilizando libretitas. Más risa me da cuando hay algún caso de violencia, robo, estafa, desorden público en las noticias y el ciudadano español de a pie (y el inmigrante que pretende serlo) espeta sin reparos: "Ni que estuvieramos en el Tercer Mundo". Es que terceros aquí, no, no hay forma.