domingo, abril 06, 2008

Reciclaje industrial

Al final tuve que poner el listón más bajo. Por más experimentado y casi veterano que a veces pueda sentirme, en este nuevo medio casi podríamos decir que andamos en pañales. Así que las expectativas fueron bajando conforme el tiempo pasaba y nada salía. Project leader, asistant designer, arquitecto junior, delineante, subcontratado y cuando pensaba que más bajo no caería, practicante (léase becario, trainee, principiante, chuli). Todo sea por aquello de pagar derecho de piso. Y por empezar ya con lo que fuere, en vez de cruzarme de brazos hasta que caiga algo sustancioso.

Es así que, dentro de los límites del puesto en el que estoy, existen también algunas ventajas. Estoy aprendiendo de a poquitos a usar la Mac y el Vectorworks (aunque no me gustan ni uno ni otro), mis contratantes me están además pagando clases de holandés y para coronar el asunto, unas semanas atrás nos fuimos de excursión arquitectónica a tierras germanas.

Essen y Colonia fueron los objetivos, aunque la travesía tuviera un preludio en la estación de tren de Arnhem, obra de UNStudio, que, aunque aún sin concluir, promete bastante. Essen como ciudad más bien carece de gracia, así que enrumbamos rápido hacia el norte. El motivo era visitar el complejo fabril Zollverein, alguna vez dedicado al carbón y que dejó de funcionar hace varios años, ahora en proceso de reconversión en centro cultural y de esparcimiento, un fenómeno que se está extendiendo en tantas otras zonas del oeste de Alemania. Así empezamos en el cubo perforado creación de Sanaa (aka, Kazuyo Sejima + Ryue Nishizawa), o la escuela de diseño. Aparte de lo que se puede ver por fuera, con esa distorsión de niveles que los vanos aleatorios (a ver quien me dice cuantos pisos hay dentro?), por dentro los corredores son circundantes, dejando los espacios al medio. Espacios diáfanos y a veces monumentales, solo interrumpidos por un par de columnas poco agraciadas que ayudan a salvar la luz. Nos queda la última gracia en la azotea, en donde el techo de la misma conforma la quinta cara del cubo, dejando un espacio abierto con peculiar juego de sombras, que se disfrutaría mejor en verano.

En cuanto a la ruina fabril en sí, pasamos por la irónicamente llamada "Torre Eiffel" por los lugareños, en el que fuera el acceso del personal al recinto, de una geometría tan precisa como monótona ("form follows function" era la premisa de aquel entonces), apurando el paso hacia el enorme edificio que acogerá las salas de exposición, la otrora planta de refinamiento de carbón, obra de remodelación a cargo de OMA (aka Rem Koolhaas). El trayecto empieza desde arriba y luego a tientas entre los inconclusos y oscuros espacios en el vientre del monstruo. Por lo pronto el naranja neón de las escaleras interiores le dan un insospechado toque psicodélico. Como para repetir la visita cuando la cosa esté sobre ruedas.



Terminado el baño de herencia histórica (de alguna manera), nos quedaba la última visita, esta vez en Colonia, un poco más al Sur y el motivo el nuevo museo de Peter Zumthor. En la línea de lo que ya me comentaba uno de mis colegas en la oficina, fan incondiscional del suizo, la arquitectura de este hombre hay que experimentarla para entenderla mejor. Podría haberme quedado una eternidad en aquel espacio de doble altura, luz cenital y los cuadros de cartón de Chillida en frente.

Mientras nos sobraba tiempo entre que nos reuníamos con el resto del grupo y la hora de la cena, terminamos dentro de la famosa catedral gótica que motiva el viaje de varios turistas. Una vez dentro, luego de que una señora de morado y seño fruncido me indicase de malas maneras que me quitara el gorro, comprobé una vez más lo poco que me dicen estos opresivos interiores eclesiásticos.