"Señores pasajeros, les avisamos que debido al desacarrilamiento de un tren SIN PASAJEROS el servicio se verá afectado..." Así hacían la acotación, poniendole énfasis al tema del convoy vacío. Puesto de otra forma: "La hemos cagado, pero no tanto". Me sentí de lo más idiota parado en el andén con la bici a cuestas. Hacía muy poco que había encontrado la alternativa ideal para llegar a mi nuevo lugar de trabajo (así es, cambiamos otra vez), sin tener que depender de alguien que me lleve y traiga. Tardaba casi 1 hora, pero tenía su gracia intercalar los trayectos entre el tren y la bici. Por otro lado, ya había visto en las noticias que últimamente el servicio de tren de cercanías dejaba bastante que desear. Incidencias de diversos tipos causaban demoras en las distintas rutas del servicio de RENFE. Pero claro, uno no les presta atención, hasta que te toca.
Casi a tientas desembarqué en Sants, la estación principal de la ciudad, y, una vez en la calle, terminé atrás de una multitud que se arremolinaba en frente de 2 autobuses de turismo, que suplirían la ruta del tren trunca. Esto, por supuesto, sin señalización ni gente que te oriente. Había unos 3 o 4 guardias de seguridad, que eran los que controlaban el embarque de todos los que nos quedamos tirados por la gracia del tren y que conforme pasaban los minutos crecíamos en número alarmante. Mientras tanto me preguntaba cómo diablos meter la bici entre la muchedumbre y poder coger asiento al mismo tiempo. Así que me instalé al lado de una chica presumiblemente estadounidense (pero de bastante correcto acento español) que tenía el mismo problema de la bici a cuestas. Al frente nuestro vimos como un guardia parado en la puerta de uno de los buses le pedía a la gente que hiciera cola mediante gritos. A lo que nadie hacía caso, todos querían subir cuanto antes. El colmo fue cuando el guardia desesperado se dirigió a un tipo que con mucho esfuerzo trepó a la puerta y le obstaculizó el paso, alegando que se había saltado la cola...¿Cuál cola? Al parecer una que solo el guardia podía ver, entre la masa de seres humanos empujándose unos a otros. Adivinen de qué raza era el individuo al que no dejaron subir.
3 o 4 buses más tarde, mi compañera de turno y yo al fin pudimos convencer tal vez al único guardia sensato en el lugar, para poder meter las bicis en la bodega de equipaje y así salir de una vez por todas del barullo. Un tercero en bici se quedó atrás por lento. De esa forma, bastante tiempo más tarde, terminé en la estación de Gavá, una más allá de mi destino. Momento en que agradecí traerme las ruedas, y que además estas sean de una mountain bike. La ruta que hice fue un camino de tierra que seguía en paralelo a los rieles. Así que hasta su gracia tuvieron al final mis 2 horas de tardanza al trabajo. Más tarde vería que lo mío fue simple anécdota, ya que la vía cortada no se reestableció hasta el lunes siguiente, lo cual inplicó que muchas personas perdieran vuelos (la misma ruta llevaba al aeropuerto). Tuvieron que poner a más de 100 operarios para desmontar el tren, vagón por vagón y tener la cosa lista en un fin de semana. Y todo porque al gracioso del chofer no se le ocurrió mejor idea que meterle el queso en una vía de circulación lenta. La vía tenía como límite 30 km/h y el émulo de Fernando Alonso iba a 125. Es que hasta en el tren.
martes, julio 03, 2007
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