sábado, mayo 17, 2008
Los animalitos
Mis problemas de sueño comenzaron en Lima algunos años atrás. Aunque ahora éste sea un asunto que tengo algo más controlado, el mío siendo un sueño superficial, que al menor ruido se ve roto súbitamente. En aquellas noches del frío húmedo limeño, mis horas de insomnio coincidían con ruidos varios del exterior, con las alarmas y los claxons por delante. Pero, otras veces, con los ladridos de un horrible y viejo perro que pasaba todo el tiempo encerrado en una lúgubre casa en una calle lateral del parque, cuyos dueños eran una señora mayor y su hijo con discapacidad mental. Alguna noche no pude más y me puse a tocarles el timbre sin encontrar otra respuesta que los ladridos más desesperados del can en cuestión. Otro día que alcancé a ver a la dueña le comenté mi malestar, al que ella respondió, mirándome con cara atónita: ¿Mi perro? ¿Ladrando a las 3 de la mañana? ¡Nunca! Lo debe haber imaginado. Unicamente acercada la madrugada es que al fin podía recobrar el sueño perdido, solo para ser nuevamente interrumpido cerca de las 6 por el graznido seco y constante de un pajarito minúsculo que se posaba en los cables de luz que colgaban frente a la ventana de mi entonces dormitorio.
Pasarían algunos meses hasta que Lucy me desentrañara el misterio del pájaro del demonio aquel. El ave no era otra que el chiwako, muy común en la Sierra, y que suele emitir tal graznido cuando advierte en las cercanías la presencia de un depredador. En los andes, un puma o un zorro. En el techo de mi casa, mi gato Mao. Fue así que descubría la forma de hacer callar al insoportable bicho, meter a mi querido felino a casa antes de tiempo.
Aquí en Holanda y en especial en una zona como Zoetermeer, a medio camino entre el suburbio y la ciudad de pequeña escala, una (otra) de las cosas que me causó gracia es no solo la abundante vegetación circundante, sino también la presencia de animales variopintos. Desde las granjas cercanas con sus vacas, ovejas o cabras, pasando por algunos más exóticos sueltos en plaza, como cisnes y hasta algún pavo real, llegando a los verdaderos reyes de toda zona con acequias, perdón, canales: los patos salvajes. Todo muy simpático hasta que la otra noche uno de estos palmípedos se puso a lanzar unos incesantes cuacks, repetidos cual eco por los patos vecinos, que casi no pararon hasta el amanecer. Entre sueños me imaginaba un lago congelado y al animal atrapado clamando auxilio. Me suelen caer bien los animalitos, pero esa noche bien que me dieron ganas de tener una escopeta.
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