Abdoel sabe de autos. Por varios años trabajó de mecánico, para luego dejarlo y dedicarse a la venta de pescado en el mercado de La Haya, actividad que, aunque no lo parezca, le reporta ingresos superiores a los que hacía con el otro oficio. Igualmente me confiesa que una vez tenga el suficiente dinero ahorrado piensa abrir su propio taller, ya que los motores siguen siendo su pasión.
No hace mucho, luego de darle muchas vueltas al asunto, decidimos que era hora de agenciarnos cuatro ruedas, algo que antes y poco después de la mudanza no pasaba por mi mente como prioridad. Pero, una vez incorporado al mundo laboral, y luego de tragarme meses de traslados a Rotterdam, pensamos que ya era hora de mandarnos. Y allí entró Abdoel, que además es hermano de Mohammed, mi concuñado. Se dedicó a rastrear avisos de autos de segunda y al final dio con el auto de la foto, que se ajustaba además a lo que teníamos en mente. Un Opel Corsa en buen estado, léase, auto compacto (para que Roos no se queje de problemas para cuadrar) y ahorrador en gas. Y buena pinta, claro (aunque esto sea subjetivo, ya se sabe).
El día previamente acordado enrumbé con los dos hermanos a encontrarnos con el dealer en cuestión en Lisse, pequeña ciudad al norte de Leiden. Al dar con la dirección señalada nos topamos con un vulgar edificio de apartamentos en una calle estrecha y ningún taller. Poco después aparecería un tipo que salía de un Fiat amarillo chillón, vestido de bermudas de colores, camisa rosada y gafas de sol enormes, con su pelo largo rubio al pomo alborotado indicándonos en tono enérgico que lo siguiéramos, que el taller con el auto lo tenía en otro lado. Junto a nosotros había una pareja también interesados en otro carro, que completaron la caravana.
Así llegamos a Katwijk, población costera al norte de La Haya, donde pululan chibolos surfers coqueros (según Mo). La estrategia de Abdoel era pretender que él fuese el comprador y así poder conseguir un buen precio del peculiar vendedor. Incluso me indicó algunos signos o gestos que le servirían a él si me gustaba o no el armatoste, sin que la cosa sea obvia. Algo que al final la verdad que poco importó y, más bien, nos hizo demorar y no alcanzar a tiempo ir a una oficina postal a cambiar el título de propiedad (porque así es como se hace en Holanda) y forzarnos a volver al día siguiente a entregar papeles (que al final serían más de la cuenta) y regresar conduciendo el bólido a casa.
Asimilados a estas alturas los gastos de seguro e impuestos (duelen), solo nos queda hacer la prueba real, cuando este lunes reanude el ciclo laboral y empiece a hacer el trayecto diario, que incluirá estacionar el vehículo en la isla del frente de la oficina y desde allí coger la bici plegable para el último tramo. Y ver si realmente vale la pena el cambio de transporte. Por lo menos mecánico ya tenemos.
viernes, agosto 08, 2008
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