Ya pasada la temporada mundialera, toca recapitular. Mi afición hacia la selección holandesa no ha sido de siempre. Digamos que me ha venido por adopción. Algo que empezó por simple simpatía y ahora podría pasar por fanaticada. Así mismo, esta afición ha ido de la mano a una creciente antipatía hacia la selección española, heredada desde la época que me tocó vivir en la península y alimentada por el exceso triunfalismo y soberbia que destilan sus telediarios. Un sentimiento que tal vez se lo deba en parte al rechazo que la misma genera en muchos catalanes, por lo que ya se sabe. Y como pasó con ellos, eso de ser culé y de hacerle barra al contrario y ver con "la roja" (desde cuando les han empezado a llamar así?) a medio equipo del Barça de titular no dejaba de ser contradictorio.
Como ya se sabe, la fiebre naranja fue a mayor conforme la selección pasaba a la siguiente fase. Y fue como en el tercer o cuarto partido que me di cuenta de algo. En la tele tenemos señal digital, la cual, con todo lo bueno que puede tener, con el servidor que tenemos, tiene un retraso de 4-5 segundos. Algo que puede sonar insignificante, pero que a la hora de ver un partido que todo el vecindario también ve, y en donde muchos de ellos aún tienen señal analógica, era bastante molesto. Ese retraso en la señal significaba que uno veía que justo un momento antes de un centro al área chica, un grupo de gente al lado ya estaba gritando gol, quitándole cualquier emoción que el momento pudo haber tenido. En la final, en que juntamos a toda la familia, decidimos sacrificar imagen por una transmisión sin retrasos. Aunque en este caso ya no hubo ningún gol que festejar. Toca esperar otros 4 años, no sin antes agradecer, eso sí, a la televisión holandesa por ahorrarnos el martirio de oir el bodrio de Shakira en cada transmisión, como sí pasó en otros sitios.
sábado, julio 24, 2010
domingo, abril 04, 2010
El agua
A mi ya no me cabe duda alguna. Esta historia de los aeropertos y sus medidas de seguridad para "prevenir ataques terroristas", desde un principio me resultaron absurdas. Y de todas, mi favorita es aquella de los líquidos. Tengo la certeza que bajo esta excusa, la verdadera razón está en obligarte a comprar el líquido elemento dentro del aeropuerto, tal como ocurre al ir a una discoteca o sala de conciertos, donde tampoco te permiten meter botellas con agua, sabiendo que, tarde o temprano te dará sed, y no te quedará otra que comprar lo que ellos ofrecen a "sus" precios.
En nuestro último viaje transatlántico nos tocó descubrirle nuevas facetas a tal peculiar prohibición. Se supone que no te permiten entrar a las salas de espera con más de 100 ml de líquido en un recipiente. Yo, desde hace ya algún tiempo atrás, hacía lo que mucha gente por aquí. Me tomaba el agua hasta que la botella de plástico me quedase medio vacía y luego pasaba sin problemas (los 100 ml aquellos). Luego, una vez dentro, rellenaba la botellita en cuestión con agua del grifo (se supone que el agua del grifo en Holanda ha pasado por un proceso de purificación especial para que sea bebible, o al menos eso dicen). Esta vez, al pasar por el punto de seguridad, un tipo de anteojos con pinta de novato alertó a su colega de ver algo sospechoso dentro de mi mochila, mientras se lo señalaba en la pantalla de su monitor. La guarda, muy oronda ella, cogió la mochila, la abrió y sacó la botellita para móstrármela mientras la balanceaba y me indicaba en inglés que no podía pasar. Yo le respondí en holandés que por qué, que si ahí tenía 100 ml de agua. A lo que ella me replicó que lo importante no era la cantidad de agua, si no la capacidad del recipiente. Así que no pude contener un "You gotta be fucking kidding me!" (esto no sé como decirlo holandés, así que así no más me salió espontáneamente).
Esto fue a la ida. A la vuelta ya sabíamos la historia, así que al pasar los controles del Jorge Chávez (aeropuerto de Lima) procedimos a comprar las botellas dentro, yo calculando los soles que nos quedaban para las mismas, no me pude creer que al preguntar el precio una vez dentro, el dependiente, mientras se mecía salseramente al ritmo de su música, muy sonriente me mostraba la palma de su mano con los 5 dedos abiertos. Como para que nos quede claro "5 soles". Que claro, si se traducen a euros tampoco es que sean muchos, pero que si se toma en cuenta el valor de las mismas en un vendedor ambulante en la calle (1 sol), estamos hablando de 5 veces más! Así que allí se fueron todos nuestros soles, en 2 miserables botellitas. Pero ahí no quedó el asunto. Llegados a Madrid, donde nos tocaba hacer el trasbordo, nos hicieron volver a pasar por controles y, miren ustedes, otra vez el problema de las botellitas. "Pero si las hemos comprado dentro del aeropuerto, antes de embarcarnos!". "A nosotros no nos consta". Así que a tomarse lo que quedaba y a refunfuñar una vez dentro. Malo que bueno, pudo haber sido peor. A una chica que le tocó también hacer el transbordo en Madrid, le quitaron el pisco que también había comprado dentro del aeropuerto (y vaya uno a saber el platal que habrá pagado por el), con el mismo argumento, al que le añadieron que una cosa son los aeropuerto allá y otra los de la Comunidad Europea. Como para no creérselo.
En nuestro último viaje transatlántico nos tocó descubrirle nuevas facetas a tal peculiar prohibición. Se supone que no te permiten entrar a las salas de espera con más de 100 ml de líquido en un recipiente. Yo, desde hace ya algún tiempo atrás, hacía lo que mucha gente por aquí. Me tomaba el agua hasta que la botella de plástico me quedase medio vacía y luego pasaba sin problemas (los 100 ml aquellos). Luego, una vez dentro, rellenaba la botellita en cuestión con agua del grifo (se supone que el agua del grifo en Holanda ha pasado por un proceso de purificación especial para que sea bebible, o al menos eso dicen). Esta vez, al pasar por el punto de seguridad, un tipo de anteojos con pinta de novato alertó a su colega de ver algo sospechoso dentro de mi mochila, mientras se lo señalaba en la pantalla de su monitor. La guarda, muy oronda ella, cogió la mochila, la abrió y sacó la botellita para móstrármela mientras la balanceaba y me indicaba en inglés que no podía pasar. Yo le respondí en holandés que por qué, que si ahí tenía 100 ml de agua. A lo que ella me replicó que lo importante no era la cantidad de agua, si no la capacidad del recipiente. Así que no pude contener un "You gotta be fucking kidding me!" (esto no sé como decirlo holandés, así que así no más me salió espontáneamente).
Esto fue a la ida. A la vuelta ya sabíamos la historia, así que al pasar los controles del Jorge Chávez (aeropuerto de Lima) procedimos a comprar las botellas dentro, yo calculando los soles que nos quedaban para las mismas, no me pude creer que al preguntar el precio una vez dentro, el dependiente, mientras se mecía salseramente al ritmo de su música, muy sonriente me mostraba la palma de su mano con los 5 dedos abiertos. Como para que nos quede claro "5 soles". Que claro, si se traducen a euros tampoco es que sean muchos, pero que si se toma en cuenta el valor de las mismas en un vendedor ambulante en la calle (1 sol), estamos hablando de 5 veces más! Así que allí se fueron todos nuestros soles, en 2 miserables botellitas. Pero ahí no quedó el asunto. Llegados a Madrid, donde nos tocaba hacer el trasbordo, nos hicieron volver a pasar por controles y, miren ustedes, otra vez el problema de las botellitas. "Pero si las hemos comprado dentro del aeropuerto, antes de embarcarnos!". "A nosotros no nos consta". Así que a tomarse lo que quedaba y a refunfuñar una vez dentro. Malo que bueno, pudo haber sido peor. A una chica que le tocó también hacer el transbordo en Madrid, le quitaron el pisco que también había comprado dentro del aeropuerto (y vaya uno a saber el platal que habrá pagado por el), con el mismo argumento, al que le añadieron que una cosa son los aeropuerto allá y otra los de la Comunidad Europea. Como para no creérselo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)