Tendría que remontarme a algo más de 20 años atrás. Con escasos 13 a cuestas me fui a los Estados Unidos, para ser exactos, a la ultra conservadora y granjera Oklahoma (basta ver el apabullante apoyo republicano que existe por ahí, mayor que cualquier otro estado de la región). Aunque hay que decir que gracias al haberme mudado a una ciudad tan ignota como Stillwater, donde la población inmigrante era ínfima, me permitió aprender la lengua con gran rapidez, la que he mantenido a través del tiempo y que ahora me sirve para defenderme en el medio holandés.
Y, con el idioma, me vino por añadido la afición al beisbol, un deporte que a ojos de quien no está acostumbrado puede parecer soberanamente aburrido, pero a quien escribe cautivó casi desde un inicio. Tanto que hasta me puse a coleccionar tarjetas de jugadores y todo. Así y no sin artimañas tercermundistas, me hice de un guante y un bate (que aún conservo) y me limité a jugar con mis amigos del barrio, de entre 6 y 8 años menores que yo. Abusivo, dirían algunos.
De vuelta a la patria, gracias a la vara (enchufe, palanca) materna, pude conseguir entrenar junto con la selección nacional y así practicar el deporte del palito y la bolita (como lo llamaba despectivamente el padre de uno de mis amiguitos argentinos en USA). El equipo estaba compuesto en un 98% por nikeis (hijos de japoneses nacidos en Perú) que parecían haber nacido con un bate bajo el brazo, la mayoría bastante pedante y poco dados a esforzarse en los entrenamientos. Es por eso que nuestro entrenador (presumiblemente cubano) me solía poner de ejemplo ante el resto: "Deberían aprender de él... No sabe jugar, pero se esfuerza!". Derrochaba dulzura, el hombre. No duré mucho. Luego de 2 o 3 meses desistí y dejé de aparecer por La Videna.
Con el traslado a las Europas, me traje mis complementos con la esperanza de volver a jugar, algo que en Barcelona solo cumplí a medias, al limitarme solo a hacerlo con 3 o 4 amigos muy de vez en cuando. Una vez en Holanda, cuando ya mirábamos a Zoetermeer como una muy posible ciudad de residencia para nuestra primera etapa, al revisar el mapa por primera vez, noté ipso facto el terreno en forma de diamante en la zona este de la misma. Campo de beisbol, equipo de beisbol, algo bueno saldrá de mudarse allí.
Y así recalé en los Zoetermeer Birds, con un uniforme sospechosamente parecido al de los Mets de Nueva York, en el segundo equipo, que juega en la quinta división de la zona Rotterdam, con un desastroso record de temporada de 1 ganado y todos los demás perdidos, compartiendo fondo de tabla con otro equipo. Y en la banca, pero viendo como poco a poco, conforme pasa el tiempo, vamos mejorando la técnica de bateo, que siempre fue mi punto débil. Y de paso la satisfacción de al fin jugar al honkbal (que así le llaman aquí) con regularidad, aunque en días lluviosos o de amenaza de lluvia como hoy (que por aquí abundan), nos suspendan los partidos y nos arruinen la agenda.
domingo, setiembre 07, 2008
viernes, agosto 08, 2008
Motores II
Abdoel sabe de autos. Por varios años trabajó de mecánico, para luego dejarlo y dedicarse a la venta de pescado en el mercado de La Haya, actividad que, aunque no lo parezca, le reporta ingresos superiores a los que hacía con el otro oficio. Igualmente me confiesa que una vez tenga el suficiente dinero ahorrado piensa abrir su propio taller, ya que los motores siguen siendo su pasión.
No hace mucho, luego de darle muchas vueltas al asunto, decidimos que era hora de agenciarnos cuatro ruedas, algo que antes y poco después de la mudanza no pasaba por mi mente como prioridad. Pero, una vez incorporado al mundo laboral, y luego de tragarme meses de traslados a Rotterdam, pensamos que ya era hora de mandarnos. Y allí entró Abdoel, que además es hermano de Mohammed, mi concuñado. Se dedicó a rastrear avisos de autos de segunda y al final dio con el auto de la foto, que se ajustaba además a lo que teníamos en mente. Un Opel Corsa en buen estado, léase, auto compacto (para que Roos no se queje de problemas para cuadrar) y ahorrador en gas. Y buena pinta, claro (aunque esto sea subjetivo, ya se sabe).
El día previamente acordado enrumbé con los dos hermanos a encontrarnos con el dealer en cuestión en Lisse, pequeña ciudad al norte de Leiden. Al dar con la dirección señalada nos topamos con un vulgar edificio de apartamentos en una calle estrecha y ningún taller. Poco después aparecería un tipo que salía de un Fiat amarillo chillón, vestido de bermudas de colores, camisa rosada y gafas de sol enormes, con su pelo largo rubio al pomo alborotado indicándonos en tono enérgico que lo siguiéramos, que el taller con el auto lo tenía en otro lado. Junto a nosotros había una pareja también interesados en otro carro, que completaron la caravana.
Así llegamos a Katwijk, población costera al norte de La Haya, donde pululan chibolos surfers coqueros (según Mo). La estrategia de Abdoel era pretender que él fuese el comprador y así poder conseguir un buen precio del peculiar vendedor. Incluso me indicó algunos signos o gestos que le servirían a él si me gustaba o no el armatoste, sin que la cosa sea obvia. Algo que al final la verdad que poco importó y, más bien, nos hizo demorar y no alcanzar a tiempo ir a una oficina postal a cambiar el título de propiedad (porque así es como se hace en Holanda) y forzarnos a volver al día siguiente a entregar papeles (que al final serían más de la cuenta) y regresar conduciendo el bólido a casa.
Asimilados a estas alturas los gastos de seguro e impuestos (duelen), solo nos queda hacer la prueba real, cuando este lunes reanude el ciclo laboral y empiece a hacer el trayecto diario, que incluirá estacionar el vehículo en la isla del frente de la oficina y desde allí coger la bici plegable para el último tramo. Y ver si realmente vale la pena el cambio de transporte. Por lo menos mecánico ya tenemos.
No hace mucho, luego de darle muchas vueltas al asunto, decidimos que era hora de agenciarnos cuatro ruedas, algo que antes y poco después de la mudanza no pasaba por mi mente como prioridad. Pero, una vez incorporado al mundo laboral, y luego de tragarme meses de traslados a Rotterdam, pensamos que ya era hora de mandarnos. Y allí entró Abdoel, que además es hermano de Mohammed, mi concuñado. Se dedicó a rastrear avisos de autos de segunda y al final dio con el auto de la foto, que se ajustaba además a lo que teníamos en mente. Un Opel Corsa en buen estado, léase, auto compacto (para que Roos no se queje de problemas para cuadrar) y ahorrador en gas. Y buena pinta, claro (aunque esto sea subjetivo, ya se sabe).
El día previamente acordado enrumbé con los dos hermanos a encontrarnos con el dealer en cuestión en Lisse, pequeña ciudad al norte de Leiden. Al dar con la dirección señalada nos topamos con un vulgar edificio de apartamentos en una calle estrecha y ningún taller. Poco después aparecería un tipo que salía de un Fiat amarillo chillón, vestido de bermudas de colores, camisa rosada y gafas de sol enormes, con su pelo largo rubio al pomo alborotado indicándonos en tono enérgico que lo siguiéramos, que el taller con el auto lo tenía en otro lado. Junto a nosotros había una pareja también interesados en otro carro, que completaron la caravana.
Así llegamos a Katwijk, población costera al norte de La Haya, donde pululan chibolos surfers coqueros (según Mo). La estrategia de Abdoel era pretender que él fuese el comprador y así poder conseguir un buen precio del peculiar vendedor. Incluso me indicó algunos signos o gestos que le servirían a él si me gustaba o no el armatoste, sin que la cosa sea obvia. Algo que al final la verdad que poco importó y, más bien, nos hizo demorar y no alcanzar a tiempo ir a una oficina postal a cambiar el título de propiedad (porque así es como se hace en Holanda) y forzarnos a volver al día siguiente a entregar papeles (que al final serían más de la cuenta) y regresar conduciendo el bólido a casa.
Asimilados a estas alturas los gastos de seguro e impuestos (duelen), solo nos queda hacer la prueba real, cuando este lunes reanude el ciclo laboral y empiece a hacer el trayecto diario, que incluirá estacionar el vehículo en la isla del frente de la oficina y desde allí coger la bici plegable para el último tramo. Y ver si realmente vale la pena el cambio de transporte. Por lo menos mecánico ya tenemos.
miércoles, julio 16, 2008
Nina, la exploradora
"Cuando Fleurtje quede preñada les damos una de sus crías." Yo miraba a la minúscula y juguetona gatita de nuestros vecinos y veía poco probable que tan chiquita ya anduviese en esas lides. El tiempo probaría que estaba en un error. Justo unos días antes de irme de corto viaje a la ciudad que hasta no hace mucho fue mi residencia (o sea, hace algo más de un mes) parió 4 engendros. Fuimos los primeros en ir y los primeros en elegir: el más oscurito, macho, menos dependiente y menos llorón. Bueno, eso en realidad lo fuimos comprobando conforme pasaban las semanas.
Hacía tiempo que teníamos ganas de minino, eso está claro. En Barcelona no se pudo porque, en teoría, en el edificio en el que vivíamos no se permitían mascotas. Digo en teoría porque más de una vez me topé con un vecino paseando a su cachorro y otras veces sentía los ladridos enfurecidos de uno de esos perros chiquitos ladillas a través de la puerta de otro vecino.
Ahora es otra historia. En unos días, Walter llegará para quedarse.
Fé de erratas: Por aquello de no revisar la mercadería con tiempo, no ha sido hasta ayer que, con la primera visita al veterinario, descubrimos que Walter no era tal. Ahora es Nina y ya es un poco tarde para devolverla.
Hacía tiempo que teníamos ganas de minino, eso está claro. En Barcelona no se pudo porque, en teoría, en el edificio en el que vivíamos no se permitían mascotas. Digo en teoría porque más de una vez me topé con un vecino paseando a su cachorro y otras veces sentía los ladridos enfurecidos de uno de esos perros chiquitos ladillas a través de la puerta de otro vecino.
Ahora es otra historia. En unos días, Walter llegará para quedarse.
Fé de erratas: Por aquello de no revisar la mercadería con tiempo, no ha sido hasta ayer que, con la primera visita al veterinario, descubrimos que Walter no era tal. Ahora es Nina y ya es un poco tarde para devolverla.
sábado, mayo 17, 2008
Los animalitos
Mis problemas de sueño comenzaron en Lima algunos años atrás. Aunque ahora éste sea un asunto que tengo algo más controlado, el mío siendo un sueño superficial, que al menor ruido se ve roto súbitamente. En aquellas noches del frío húmedo limeño, mis horas de insomnio coincidían con ruidos varios del exterior, con las alarmas y los claxons por delante. Pero, otras veces, con los ladridos de un horrible y viejo perro que pasaba todo el tiempo encerrado en una lúgubre casa en una calle lateral del parque, cuyos dueños eran una señora mayor y su hijo con discapacidad mental. Alguna noche no pude más y me puse a tocarles el timbre sin encontrar otra respuesta que los ladridos más desesperados del can en cuestión. Otro día que alcancé a ver a la dueña le comenté mi malestar, al que ella respondió, mirándome con cara atónita: ¿Mi perro? ¿Ladrando a las 3 de la mañana? ¡Nunca! Lo debe haber imaginado. Unicamente acercada la madrugada es que al fin podía recobrar el sueño perdido, solo para ser nuevamente interrumpido cerca de las 6 por el graznido seco y constante de un pajarito minúsculo que se posaba en los cables de luz que colgaban frente a la ventana de mi entonces dormitorio.
Pasarían algunos meses hasta que Lucy me desentrañara el misterio del pájaro del demonio aquel. El ave no era otra que el chiwako, muy común en la Sierra, y que suele emitir tal graznido cuando advierte en las cercanías la presencia de un depredador. En los andes, un puma o un zorro. En el techo de mi casa, mi gato Mao. Fue así que descubría la forma de hacer callar al insoportable bicho, meter a mi querido felino a casa antes de tiempo.
Aquí en Holanda y en especial en una zona como Zoetermeer, a medio camino entre el suburbio y la ciudad de pequeña escala, una (otra) de las cosas que me causó gracia es no solo la abundante vegetación circundante, sino también la presencia de animales variopintos. Desde las granjas cercanas con sus vacas, ovejas o cabras, pasando por algunos más exóticos sueltos en plaza, como cisnes y hasta algún pavo real, llegando a los verdaderos reyes de toda zona con acequias, perdón, canales: los patos salvajes. Todo muy simpático hasta que la otra noche uno de estos palmípedos se puso a lanzar unos incesantes cuacks, repetidos cual eco por los patos vecinos, que casi no pararon hasta el amanecer. Entre sueños me imaginaba un lago congelado y al animal atrapado clamando auxilio. Me suelen caer bien los animalitos, pero esa noche bien que me dieron ganas de tener una escopeta.
domingo, abril 06, 2008
Reciclaje industrial
Al final tuve que poner el listón más bajo. Por más experimentado y casi veterano que a veces pueda sentirme, en este nuevo medio casi podríamos decir que andamos en pañales. Así que las expectativas fueron bajando conforme el tiempo pasaba y nada salía. Project leader, asistant designer, arquitecto junior, delineante, subcontratado y cuando pensaba que más bajo no caería, practicante (léase becario, trainee, principiante, chuli). Todo sea por aquello de pagar derecho de piso. Y por empezar ya con lo que fuere, en vez de cruzarme de brazos hasta que caiga algo sustancioso.
Es así que, dentro de los límites del puesto en el que estoy, existen también algunas ventajas. Estoy aprendiendo de a poquitos a usar la Mac y el Vectorworks (aunque no me gustan ni uno ni otro), mis contratantes me están además pagando clases de holandés y para coronar el asunto, unas semanas atrás nos fuimos de excursión arquitectónica a tierras germanas.
Es así que, dentro de los límites del puesto en el que estoy, existen también algunas ventajas. Estoy aprendiendo de a poquitos a usar la Mac y el Vectorworks (aunque no me gustan ni uno ni otro), mis contratantes me están además pagando clases de holandés y para coronar el asunto, unas semanas atrás nos fuimos de excursión arquitectónica a tierras germanas.
Essen y Colonia fueron los objetivos, aunque la travesía tuviera un preludio en la estación de tren de Arnhem, obra de UNStudio, que, aunque aún sin concluir, promete bastante. Essen como ciudad más bien carece de gracia, así que enrumbamos rápido hacia el norte. El motivo era visitar el complejo fabril Zollverein, alguna vez dedicado al carbón y que dejó de funcionar hace varios años, ahora en proceso de reconversión en centro cultural y de esparcimiento, un fenómeno que se está extendiendo en tantas otras zonas del oeste de Alemania. Así empezamos en el cubo perforado creación de Sanaa (aka, Kazuyo Sejima + Ryue Nishizawa), o la escuela de diseño. Aparte de lo que se puede ver por fuera, con esa distorsión de niveles que los vanos aleatorios (a ver quien me dice cuantos pisos hay dentro?), por dentro los corredores son circundantes, dejando los espacios al medio. Espacios diáfanos y a veces monumentales, solo interrumpidos por un par de columnas poco agraciadas que ayudan a salvar la luz. Nos queda la última gracia en la azotea, en donde el techo de la misma conforma la quinta cara del cubo, dejando un espacio abierto con peculiar juego de sombras, que se disfrutaría mejor en verano.
En cuanto a la ruina fabril en sí, pasamos por la irónicamente llamada "Torre Eiffel" por los lugareños, en el que fuera el acceso del personal al recinto, de una geometría tan precisa como monótona ("form follows function" era la premisa de aquel entonces), apurando el paso hacia el enorme edificio que acogerá las salas de exposición, la otrora planta de refinamiento de carbón, obra de remodelación a cargo de OMA (aka Rem Koolhaas). El trayecto empieza desde arriba y luego a tientas entre los inconclusos y oscuros espacios en el vientre del monstruo. Por lo pronto el naranja neón de las escaleras interiores le dan un insospechado toque psicodélico. Como para repetir la visita cuando la cosa esté sobre ruedas.
Terminado el baño de herencia histórica (de alguna manera), nos quedaba la última visita, esta vez en Colonia, un poco más al Sur y el motivo el nuevo museo de Peter Zumthor. En la línea de lo que ya me comentaba uno de mis colegas en la oficina, fan incondiscional del suizo, la arquitectura de este hombre hay que experimentarla para entenderla mejor. Podría haberme quedado una eternidad en aquel espacio de doble altura, luz cenital y los cuadros de cartón de Chillida en frente.
Mientras nos sobraba tiempo entre que nos reuníamos con el resto del grupo y la hora de la cena, terminamos dentro de la famosa catedral gótica que motiva el viaje de varios turistas. Una vez dentro, luego de que una señora de morado y seño fruncido me indicase de malas maneras que me quitara el gorro, comprobé una vez más lo poco que me dicen estos opresivos interiores eclesiásticos.
En cuanto a la ruina fabril en sí, pasamos por la irónicamente llamada "Torre Eiffel" por los lugareños, en el que fuera el acceso del personal al recinto, de una geometría tan precisa como monótona ("form follows function" era la premisa de aquel entonces), apurando el paso hacia el enorme edificio que acogerá las salas de exposición, la otrora planta de refinamiento de carbón, obra de remodelación a cargo de OMA (aka Rem Koolhaas). El trayecto empieza desde arriba y luego a tientas entre los inconclusos y oscuros espacios en el vientre del monstruo. Por lo pronto el naranja neón de las escaleras interiores le dan un insospechado toque psicodélico. Como para repetir la visita cuando la cosa esté sobre ruedas.
Terminado el baño de herencia histórica (de alguna manera), nos quedaba la última visita, esta vez en Colonia, un poco más al Sur y el motivo el nuevo museo de Peter Zumthor. En la línea de lo que ya me comentaba uno de mis colegas en la oficina, fan incondiscional del suizo, la arquitectura de este hombre hay que experimentarla para entenderla mejor. Podría haberme quedado una eternidad en aquel espacio de doble altura, luz cenital y los cuadros de cartón de Chillida en frente.
Mientras nos sobraba tiempo entre que nos reuníamos con el resto del grupo y la hora de la cena, terminamos dentro de la famosa catedral gótica que motiva el viaje de varios turistas. Una vez dentro, luego de que una señora de morado y seño fruncido me indicase de malas maneras que me quitara el gorro, comprobé una vez más lo poco que me dicen estos opresivos interiores eclesiásticos.
miércoles, enero 30, 2008
Marcando tarjeta
Los que ya me conocen sabrán que para mi el tema del transporte público es algo que me interesa desde hace tiempo. Tal vez a raiz del nefasto combi-sistema que funciona en mi ciudad natal. Tanto así que hasta tema de tesis fue en el Master que nunca terminé cuando aún andaba por Barcelona.
Es así que tiempo antes de mudarme a los Paises Bajos y cuando iba a éstos solo de visita, encontré bastante peculiar el método utilizado para pagar los viajes en tranvía. Uno tenía que cargar con una tira larga de papel azul con espacios rectangulares en blanco e introducirla en unas maquinitas (similares a las que uno usa o usaba -a mi me tocó alguna vez- en algunas oficinas, de preferencia estatales, marcando sus horarios de entrada y salida), calculando previamente el número de zonas que iba a atravesar en su trayecto, para así darle el doblez en la línea divisoria entre los espacios ya mencionados que correspondan, siempre uno más que el de zonas a recorrer (2 zonas=3 espacios, 4=5 y así) ¿Complicado? Ya mudado aquí logré de alguna forma adecuarme y descubrir al mismo tiempo el novísimo y modernísmo sistema, destinado a dejar la tira de marras como elemento de museo: la OV-chipkaart.
En teoría más simple, el nuevo dispositivo funciona como una tarjeta de débito, consta de un chip, que al pasarse por un lector, ubicado ya sea dentro del convoy o a pie de las estaciones, automáticamente se descuenta la cantidad de dinero correspondiente a la ruta a seguir. Pero como en Holanda las tarifas pueden variar bastante entre una parada y la otra, uno tiene que pasar la tarjeta al subirse y al bajarse del tranvía. El asunto es que hasta ahora el sistema sigue en periodo de prueba (solo funciona en Rotterdam y en el metro de superficie que lo une con La Haya) y está siendo objeto de duras críticas. Por un lado, lo de pasar la tarjeta al bajarse. Si uno anda apurado o distraido (heme aquí) lo más probable es que se olvide y en ese caso le tocará la gracia de pagar como si hubiera hecho el trayecto de un extremo al otro del recorrido total. Por otro lado, también se ha hablado de la invasión de la privacidad, al quedar registradas las salidas y llegadas que uno hace a diario mientras se mueve por la ciudad, pudiendo usarse esto vaya uno a saber con qué fines.
Pero lo peor de todo es que hace muy poco unos estudiantes de informática demostraron ante cámaras lo fácil que era crackearles el sistema y poner dinero virtual en la misma por cualquier cantidad. Así que ahora se rumorea que seguro el ministerio tendrá que dar marcha atrás y tal vez hasta retirar las sofisticadas tarjetitas y lectores de circulación. No queda otra que resignarse a seguir usando la tira de papel que siempre se me hace un enrollado en el bolsillo.
Es así que tiempo antes de mudarme a los Paises Bajos y cuando iba a éstos solo de visita, encontré bastante peculiar el método utilizado para pagar los viajes en tranvía. Uno tenía que cargar con una tira larga de papel azul con espacios rectangulares en blanco e introducirla en unas maquinitas (similares a las que uno usa o usaba -a mi me tocó alguna vez- en algunas oficinas, de preferencia estatales, marcando sus horarios de entrada y salida), calculando previamente el número de zonas que iba a atravesar en su trayecto, para así darle el doblez en la línea divisoria entre los espacios ya mencionados que correspondan, siempre uno más que el de zonas a recorrer (2 zonas=3 espacios, 4=5 y así) ¿Complicado? Ya mudado aquí logré de alguna forma adecuarme y descubrir al mismo tiempo el novísimo y modernísmo sistema, destinado a dejar la tira de marras como elemento de museo: la OV-chipkaart.
En teoría más simple, el nuevo dispositivo funciona como una tarjeta de débito, consta de un chip, que al pasarse por un lector, ubicado ya sea dentro del convoy o a pie de las estaciones, automáticamente se descuenta la cantidad de dinero correspondiente a la ruta a seguir. Pero como en Holanda las tarifas pueden variar bastante entre una parada y la otra, uno tiene que pasar la tarjeta al subirse y al bajarse del tranvía. El asunto es que hasta ahora el sistema sigue en periodo de prueba (solo funciona en Rotterdam y en el metro de superficie que lo une con La Haya) y está siendo objeto de duras críticas. Por un lado, lo de pasar la tarjeta al bajarse. Si uno anda apurado o distraido (heme aquí) lo más probable es que se olvide y en ese caso le tocará la gracia de pagar como si hubiera hecho el trayecto de un extremo al otro del recorrido total. Por otro lado, también se ha hablado de la invasión de la privacidad, al quedar registradas las salidas y llegadas que uno hace a diario mientras se mueve por la ciudad, pudiendo usarse esto vaya uno a saber con qué fines.
Pero lo peor de todo es que hace muy poco unos estudiantes de informática demostraron ante cámaras lo fácil que era crackearles el sistema y poner dinero virtual en la misma por cualquier cantidad. Así que ahora se rumorea que seguro el ministerio tendrá que dar marcha atrás y tal vez hasta retirar las sofisticadas tarjetitas y lectores de circulación. No queda otra que resignarse a seguir usando la tira de papel que siempre se me hace un enrollado en el bolsillo.
jueves, enero 03, 2008
Sweet Lake City
Nos mudamos, al fin y al cabo. 2 meses y medio arrimados con los suegros fueron suficientes y, sin planearlo con mucha antelación, hemos terminado en Zoetermeer, que hasta no hace mucho antes de decidir la partida hacia los Países Bajos, el que escribe no sabía ni que existía. Y resulta que la ciudad en cuestión (cuya traducción sería "lago dulce", que ahora se llama Noord Aa y que en la actualidad se ha reducido a una lagunita y no, todavía no lo pruebo) tiene al menos unos 1000 años de existencia. Primero como un pueblito medieval de pescadores y granjeros y en los más recientes 60s en una alternativa de vivienda para la gente que trabajaba en La Haya, de la cual queda a una distancia relativamente corta. Y desde allí ha ido creciendo hasta lo que es hoy, que alguna gente llama "The Dutch Silicon Valley", por la importancia que la informática al parecer tiene por aquí. Hasta aquí el plaje de la Viky (aka, wikipedia).
Para mi, lo primero que me viene a la mente es el estrambótico puente peatonal de sección abovedada, que más bien parece un corredor interespacial y que está situado al lado de la estación de tren. Luego, que las calles son casi todas serpenteantes y en anillos. Se nota que el urbanista se debe haber divertido de lo lindo dibujando con sus serchas y compases. Para quien no es de aquí, fácil perderse si no hay mapa. Aún me falta recorrerlo un poco más, pero lo visto hasta ahora no me desagrada. Y es tranquilo, algo que en esta etapa de mi vida ocupa una importancia que antes no hubiera pensado.
Pero ahí no acaba la gracia. Nos hemos mudado a un Centraal Wonen, que en pocas palabras es un lugar de vida en comunidad. Por más que en el edificio están los departamentos separados, como en cualquier otra finca común y silvestre, aquí se establecen comités y se espera de los inquilinos una participación activa para con la vecindad. Cosas como limpieza, jardinería y hasta cocina, ya que tienen un bar-comedor que se usa con cierta frecuencia. Y las responsabilidades se van rotando. Entonces, por más que ni nosotros mismos estábamos convencidos de la opción, la comunidad (secta, dirán otros) nos sometió a un par de reuniones-interrogatorios en donde se aseguraban que nosotros éramos idóneos para formar parte del grupo, en los que no nos quedó otra que demostrar entusiasmo desbordado y soltar algunas mentirillas como que nos encanta la idea de la vida en comunidad y que nuestra estancia sería larga. La paradoja está en que nuestra elección fue más guiada por el precio que por lo otro, por más que al final las condiciones terminaron siendo casi las mismas a las que si hubieramos optado por un piso de los "normales". Aquí también tuvimos que lidiar con una inmobiliaria y no, la cosa no fue muy grata. Volviendo a las responsabilidades asumidas, ya me he ofrecido a cocinar algún plato peruano para los (probablemente) 20 o 25 comensales. Algo que jamás he hecho y espero no fracasar en el intento, ya que además me tocará hacerlo al menos 1 vez cada 2 meses. Sobreviviremos?
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