Tendría que remontarme a algo más de 20 años atrás. Con escasos 13 a cuestas me fui a los Estados Unidos, para ser exactos, a la ultra conservadora y granjera Oklahoma (basta ver el apabullante apoyo republicano que existe por ahí, mayor que cualquier otro estado de la región). Aunque hay que decir que gracias al haberme mudado a una ciudad tan ignota como Stillwater, donde la población inmigrante era ínfima, me permitió aprender la lengua con gran rapidez, la que he mantenido a través del tiempo y que ahora me sirve para defenderme en el medio holandés.
Y, con el idioma, me vino por añadido la afición al beisbol, un deporte que a ojos de quien no está acostumbrado puede parecer soberanamente aburrido, pero a quien escribe cautivó casi desde un inicio. Tanto que hasta me puse a coleccionar tarjetas de jugadores y todo. Así y no sin artimañas tercermundistas, me hice de un guante y un bate (que aún conservo) y me limité a jugar con mis amigos del barrio, de entre 6 y 8 años menores que yo. Abusivo, dirían algunos.
De vuelta a la patria, gracias a la vara (enchufe, palanca) materna, pude conseguir entrenar junto con la selección nacional y así practicar el deporte del palito y la bolita (como lo llamaba despectivamente el padre de uno de mis amiguitos argentinos en USA). El equipo estaba compuesto en un 98% por nikeis (hijos de japoneses nacidos en Perú) que parecían haber nacido con un bate bajo el brazo, la mayoría bastante pedante y poco dados a esforzarse en los entrenamientos. Es por eso que nuestro entrenador (presumiblemente cubano) me solía poner de ejemplo ante el resto: "Deberían aprender de él... No sabe jugar, pero se esfuerza!". Derrochaba dulzura, el hombre. No duré mucho. Luego de 2 o 3 meses desistí y dejé de aparecer por La Videna.
Con el traslado a las Europas, me traje mis complementos con la esperanza de volver a jugar, algo que en Barcelona solo cumplí a medias, al limitarme solo a hacerlo con 3 o 4 amigos muy de vez en cuando. Una vez en Holanda, cuando ya mirábamos a Zoetermeer como una muy posible ciudad de residencia para nuestra primera etapa, al revisar el mapa por primera vez, noté ipso facto el terreno en forma de diamante en la zona este de la misma. Campo de beisbol, equipo de beisbol, algo bueno saldrá de mudarse allí.
Y así recalé en los Zoetermeer Birds, con un uniforme sospechosamente parecido al de los Mets de Nueva York, en el segundo equipo, que juega en la quinta división de la zona Rotterdam, con un desastroso record de temporada de 1 ganado y todos los demás perdidos, compartiendo fondo de tabla con otro equipo. Y en la banca, pero viendo como poco a poco, conforme pasa el tiempo, vamos mejorando la técnica de bateo, que siempre fue mi punto débil. Y de paso la satisfacción de al fin jugar al honkbal (que así le llaman aquí) con regularidad, aunque en días lluviosos o de amenaza de lluvia como hoy (que por aquí abundan), nos suspendan los partidos y nos arruinen la agenda.
domingo, setiembre 07, 2008
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