martes, febrero 03, 2009
No te envicies
Corría el verano de 1987. Mucho calor y poco qué hacer en la cosmopolita Stillwater, Oklahoma. Mi padre me mandaba a diario obligado a la Biblioteca Pública, a ver si de alguna forma me inculcaba la pasión por la lectura que el tenía (y tiene), y que yo tardaría algunos años en tener (si acaso se pueda decir que ahora la tenga).
El caso es que a mis tempranos 14 añitos, yo decía ir a la biblioteca, pero cambiaba la ruta montado en mi bici de un solo cambio hacia el Wall Mart, para plantarme frente al gratis de usar Nintendo allí instalado, a esperar mi turno tras críos menores de 10. O, en su defecto, hacia el Pinball (local de videojuegos), sin un dólar en el bolsillo, a esperar que algún mocoso ingenuo meta sus monedas y no encuentre nunca el botón de "start" o, aunque sea, esperar que alguien haga algún record y olvide poner sus iniciales, para yo luego apropiarme de su logro. Otras veces me la pasaba buscando por el suelo alguna ficha extraviada, mientras soportaba el "Living on a prayer" del aborrecible Bon Jovi sonar una y otra vez en el video jukebox. Recuerdo alguna vez incluso ser interrogado por una "amigable" trabajadora del lugar en cuestión: "Do you have any money to play with?"..."No? Then you have to leave."
Antes y después de aquella temporada que pasé en Gringolandia, Ataris, Nintendos y similares pasaron frente a mis ojos durante mi adolescencia corta de recursos. Muchos años más tarde, poco antes de enrumbar a las europas, una forma de desquite fue agenciarme el Playstation en su primera versión (cuando ya estaba la segunda en el mercado), artefacto que dejé atrás en manos de mi hermana Lucía cuando crucé el charco. Un último capítulo de mi afición por los videojuegos lo he firmado hace poco, con la adquisición del XBOX 360 en una oferta navideña. Y tengo que admitir que estoy contento con el bicho, a pesar de que pertenezca al emporio Bill Gates. A la vejez, viruela, como me diría mi sobrino Puigróss.
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