No estaba en mis planes, la verdad. Pero una vez aquí y luego de revisar diariamente los avisos de trabajo de oficinas de Arquitectura, me tope con uno, tal vez el único, que lo hacía en inglés. Así que por ese motivo, aparte de mi afinidad con el trabajo de la oficina (se sobreentiende), me animé a postular a OMA, aunque con poco convencimiento. La razón principal: el ritmo de trabajo con tintes explotadores que de allí deducía. Tal vez si tuviera menos años y achaques a cuestas, este sería un tema menor.
Mi afición musical me llevaba ( y lo sigue haciendo) por Rotterdam en distintas ocasiones para ver algún concierto y la estación donde me bajaba (Hofplein) se sitúa justo al lado de la oficina en cuestión. No importaba la hora que fuera, tarde-noche, media noche o el día (fines de semana incluidos) siempre había luces encendidas y gente dentro del galpón aquel trabajando. Más adelante oiría historias al respecto. Como la de un tipo que luego de pasarse la noche en vela para terminar una entrega, deshecho, volvía a su piso a recuperar horas de sueño y ni bien introducía la llave en la puerta de acceso, le llamaban al móvil urgente para que vuelva a la oficina a ayudar en otro proyecto. O la de aquel otro que amaneciéndose en una maqueta que se tenía que llevar a una exposición al día siguiente, se voló un dedo con la cierra eléctrica y lo tuvieron que llevar de urgencias al hospital. A la mañana siguiente Mr. Rem se aparecía preguntando por su maqueta y al oir el relato del incoveniente surgido, con cara de preocupación, le preguntaba a su interlocutor nuevamente por su maqueta. Y de ese estilo debe de haber muchas.
El caso es que OMA se ha ido expandiendo con el tiempo. A su oficina en Nueva York le han sumado hace poco otra en Beijing y amenaza en caer otra en Dubai. Se adivinan estos dos últimos lugares idílicos, no solo por lo de presupuestos abultados si no, además, por las libertades que un arquitecto pueda tener para diseñar. Es justamente en Beijing donde Koolhaas debería inaugurar este año su edificio icono, el complejo CCTV (televisión estatal china), el mismo de la foto, el mismo que alguna le puso por ahí "the big vagina". Con lo contento que debe haber estado el Mr. de como le estaba quedando el bicho y van unos y se lo queman.
Les contaba que había postulado. Me dijeron que no. Y hace poco lo he hecho de nuevo. Esta vez la negativa la doy por tácita. Y no, no he sido yo quien le ha incendiado el kiosko. Lo juro.
miércoles, febrero 11, 2009
martes, febrero 03, 2009
No te envicies
Corría el verano de 1987. Mucho calor y poco qué hacer en la cosmopolita Stillwater, Oklahoma. Mi padre me mandaba a diario obligado a la Biblioteca Pública, a ver si de alguna forma me inculcaba la pasión por la lectura que el tenía (y tiene), y que yo tardaría algunos años en tener (si acaso se pueda decir que ahora la tenga).
El caso es que a mis tempranos 14 añitos, yo decía ir a la biblioteca, pero cambiaba la ruta montado en mi bici de un solo cambio hacia el Wall Mart, para plantarme frente al gratis de usar Nintendo allí instalado, a esperar mi turno tras críos menores de 10. O, en su defecto, hacia el Pinball (local de videojuegos), sin un dólar en el bolsillo, a esperar que algún mocoso ingenuo meta sus monedas y no encuentre nunca el botón de "start" o, aunque sea, esperar que alguien haga algún record y olvide poner sus iniciales, para yo luego apropiarme de su logro. Otras veces me la pasaba buscando por el suelo alguna ficha extraviada, mientras soportaba el "Living on a prayer" del aborrecible Bon Jovi sonar una y otra vez en el video jukebox. Recuerdo alguna vez incluso ser interrogado por una "amigable" trabajadora del lugar en cuestión: "Do you have any money to play with?"..."No? Then you have to leave."
Antes y después de aquella temporada que pasé en Gringolandia, Ataris, Nintendos y similares pasaron frente a mis ojos durante mi adolescencia corta de recursos. Muchos años más tarde, poco antes de enrumbar a las europas, una forma de desquite fue agenciarme el Playstation en su primera versión (cuando ya estaba la segunda en el mercado), artefacto que dejé atrás en manos de mi hermana Lucía cuando crucé el charco. Un último capítulo de mi afición por los videojuegos lo he firmado hace poco, con la adquisición del XBOX 360 en una oferta navideña. Y tengo que admitir que estoy contento con el bicho, a pesar de que pertenezca al emporio Bill Gates. A la vejez, viruela, como me diría mi sobrino Puigróss.
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